Extraído del libro: “Cocina Alicantina. Conduchos de Navidad”, de don José Guardiola y Ortiz.
“Este es un plato de clásico abolengo; de todas las edades y de todos los países: pero siempre nos encontraremos con un potaje, “de tal”, o potaje “a la cual”; el nuestro, es, simplemente potaje; y al nombrarlo así, sin más apelativo, designamos un plato que merece toda alabanza.
La noche antes pondremos en remojo un cuarto de kilo de garbanzos de los mejores. En olla o puchero, puesta al fuego con agua abundante, medio kilo de espinacas y bledas –acelgas-, escrupulosamente limpias y dejadas caer al hervor. Poco después amortiguaremos el fuego para que cueza suavemente hasta el final.
En un decilitro de aceite, se sofríe una ñora, unos trocitos de pan, media docena de almendras, y se fríe un huevo, bien frito, hasta que aparezcan los rebordes tostados, y se saca todo dejándolo en el mortero. En el mismo aceite se fríe una cebolla mediana, y un tomate pequeño, picadas ambas cosas.
Mientras fríe, asaremos una cabeza de ajos, entera, y pelada y la majaremos en el mortero juntamente con lo que habíamos puesto, añadiendo la sal que haga falta y una cucharada de buen vinagre. Puesta esta salsa en el potaje una media hora antes de servir, se deja cocer todo, siempre en tono bajo, hasta que esté en su punto, que aquí, por la condición del agua, no le faltará mucho para las cuatro horas, a contar desde el comienzo de la operación.
Resulta un plato muy sabroso.
Una comunidad de religiosas tenía la costumbre el Viernes Santo de obsequiar a sus favorecedores con una ollita de potaje que, en verdad –puedo dar fé de ello- era cosa exquisita. La gente dio en decir que el secreto de la suculencia estaba en que en la composición del potaje entraba un rico codillo de jamón. Ello podía o no ser cierto, porque el potaje hecho cuidadosamente y tan sólo con los elementos de que antes queda hecha mención, es cosa agradabilísima”.
“Este es un plato de clásico abolengo; de todas las edades y de todos los países: pero siempre nos encontraremos con un potaje, “de tal”, o potaje “a la cual”; el nuestro, es, simplemente potaje; y al nombrarlo así, sin más apelativo, designamos un plato que merece toda alabanza.
La noche antes pondremos en remojo un cuarto de kilo de garbanzos de los mejores. En olla o puchero, puesta al fuego con agua abundante, medio kilo de espinacas y bledas –acelgas-, escrupulosamente limpias y dejadas caer al hervor. Poco después amortiguaremos el fuego para que cueza suavemente hasta el final.
En un decilitro de aceite, se sofríe una ñora, unos trocitos de pan, media docena de almendras, y se fríe un huevo, bien frito, hasta que aparezcan los rebordes tostados, y se saca todo dejándolo en el mortero. En el mismo aceite se fríe una cebolla mediana, y un tomate pequeño, picadas ambas cosas.
Mientras fríe, asaremos una cabeza de ajos, entera, y pelada y la majaremos en el mortero juntamente con lo que habíamos puesto, añadiendo la sal que haga falta y una cucharada de buen vinagre. Puesta esta salsa en el potaje una media hora antes de servir, se deja cocer todo, siempre en tono bajo, hasta que esté en su punto, que aquí, por la condición del agua, no le faltará mucho para las cuatro horas, a contar desde el comienzo de la operación.
Resulta un plato muy sabroso.
Una comunidad de religiosas tenía la costumbre el Viernes Santo de obsequiar a sus favorecedores con una ollita de potaje que, en verdad –puedo dar fé de ello- era cosa exquisita. La gente dio en decir que el secreto de la suculencia estaba en que en la composición del potaje entraba un rico codillo de jamón. Ello podía o no ser cierto, porque el potaje hecho cuidadosamente y tan sólo con los elementos de que antes queda hecha mención, es cosa agradabilísima”.
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